El Farol del Catatumbo
Las noches no
oscurecen en cielos surlaguenses. Sombras intermitentes colman sus espacios
terrenales acompasadas de resplandeceres fulgurantes y silentes; retorcidas
hebras radiantes dibujan senderos atómicos vinculantes de procesos
electrostáticos en altas elevaciones atmosféricas; sus luces despedidas se
fraguan en las profundidades de nubes asomadas con intermitencia natural. Son
oscurantinas salpicadas de rayos y resplandores permanentes en las
temporalidades de la noche. No se permiten noches colmadas de plena oscuridad
en sus predios y poblaciones. Casi siempre, durante cada noche del año, el
fenómeno ha deslumbrado con su enigmática belleza a sus pobladores. Así ha sido
y será, hasta que cambien las condiciones que las originan. Ha sido así,
desde los primeros reportes escritos de aquellos viajeros de altas
latitudes, pero, con seguridad esta fenomenología ha extendido recónditas
raíces en tiempos inmemoriales. Es el relampaguear del Catatumbo, el Farol de
Maracaibo. Relámpago primigenio desde los subsecuentes acomodos de la corteza
terrestre que circunda la cuenca sur del Lago de Maracaibo.
Sus erráticas fulguraciones intermitentes incitan su contemplación en las profundidades de la cuenca lacustre desde tiempos inmemoriales; motivan al fabulador de historias a concertar tramas en el lindero de lo indescriptible y al hacedor de prosa a plasmar sus encantos, al escudriñador de secretos naturales a definir y modelar sus procesos; a enrumbar piraguas por nortes requeridos en noctámbulas estampas. En antaño fue compás de bergantines y timonel de corsarios enrumbado lago adentro; en hogaño aun cautiva su misterioso caudal luminiscente. Diversa literatura se ha acumulado sobre sus míticos orígenes y mucho esfuerzo especializado ha intentado modelar los procesos naturales que internalizan sus profundas nubosidades; aún los físicos más connotados se extravían entre sus intrincados secretos con aproximaciones de orden cero. Ciertamente que tierra, agua, sol y vientos conjugan el entramado que definen sus procederes.
Toda vez que sus fulguraciones resplandecen en el cielo, se hilan cuentos, mitos y leyendas en sus inmediaciones desde nuestros ancestros originarios. Etnias como la Barí las interpretan como bandadas de cocuyos que se reúnen en la zona para rendir tributo a sus entes creadores; los pueblos Yupas y Wayúu las asocian con los resplandores de las almas de sus difuntos.
Hoy en día sabemos que, este singular fenómeno meteorológico forma parte de un dúo (figura 1) de fogonazos intermitentes que se observa entre 180 y 260 noches al año desde las 9 pm hasta las 4 am, con epicentros localizados al suroeste del Lago de Maracaibo: uno muy cerca de la desembocadura del río Catatumbo sobre la Ciénaga de Juan Manuel y parte del mismo lago a 9,5o de latitud norte y 71,5o de longitud este, y otro cerca de la frontera con Colombia a 9o de latitud y 73o de longitud, como reportan observaciones satelitales de los centros de rastreo de “flashes” sobre todo el planeta. El primero se localiza esparcido en un área de 226.000 Km2 con mínima actividad en enero y febrero y máxima en mayo y octubre; el segundo sobre un área más pequeña. En promedio, durante un año, sobre cada kilómetro cuadrado de superficie se producen 250 flashes y, en consecuencia se cataloga esta zona geográfica como la de mayor actividad luminiscente de este tipo en el mundo. Otro fenómeno parecido, por la frecuencia con que ocurren los destellos (~230), se encuentra ubicado sobre la cuenca del rio Congo en África (Burgesser R., Nicora M., Avila E., 2012).
El primer reporte escrito de este fenómeno meteorológico se remonta a 1597, cuando Francis Drake lo menciona en “Relaciones de la Real Audiencia de Panamá”, material que a su vez le sirvió a Lope de Vega para escribir “La Dragontea” (Zabrotsky, 1991; citado por Rodríguez D. Alberto y Escamila V. Francisco). Para 1841, el italiano Giovanni Battista Agostino Codazzi Bartolotti (Agustín Codazzi), primer geógrafo de nuestro país, es quién reseña su ubicación en la obra “Resumen de la Geografía de Venezuela”, cuando manifiesta que “A poco mas de legua de la boca del Zulia ó Escalante está la punta de Aguacaliente, y á su frente en el interior de la selva existe la ciénaga de este nombre ; parece que sus aguas tienen en efecto una temperatura muy alta. En los fuertes calores se ve constantemente en este lugar un relámpago sin explosión que suelen llamar los navegantes el farol de Maracaibo por estar en su meridiano y el de la barra.” Codazzi no se conforma con solamente ubicarlo en la geografía nacional, también se atreve a dar una modesta explicación de la fenomenología que observa cuando expresa: “…parece que la materia eléctrica está concentrada en aquellos parajes, en los cuales se observa todas las noches un fenómeno luminoso que es como un relámpago que de tiempo en tiempo enciende el aire. Desde la mar se mira como si estuviese sobre islas de Toas que está casi en la barra del meridiano de Maracaibo : pasa sobre las bocas del Catatumbo y sirve de guía á los marinos. ¿Será acaso el desprendimiento del gas hidrógeno en las exhalaciones de los pantanos que ocupan un inmenso espacio cerca de las bocas del Catatumbo?”
Por su parte, el ingeniero Melchor Centeno Grau,
realiza en 1911 las primeras observaciones sistemáticas del Relámpago y
correlaciona su origen con los movimientos sísmicos ocurridos en la región
andina, aunque sin ninguna fundamentación científica firme (Laffaille J.).
Andrés Zavrotsky (1991) con su equipo de investigadores de la Universidad de
Los Andes realiza entre 1967 y 1987 cuatro expediciones hacia tierras del sur
del lago y concluye que el fenómeno es la manifestación de descargas
eléctricas entre nubes cargadas y carga aculada en tierra.
Fig.2 El recuadro delimita la región donde se ubican los epicentros del Relámpago del Catatumbo cerca de las Ciénagas de Juan Manuel al noreste del Lago de Maracaibo. Adaptación del Proyecto de Muñoz, A. y colaboradores (2010), disponible en: http://cmc.org.ve/portal/proyectos.php?proyecto=8 .
Nelson Falcón y colaboradores (2000, 2009) también inspeccionan los predios de la Ciénaga y corroboran la existencia de zonas de epicentros cerca de las lagunas Juan Manuel de Aguas Blancas y Aguas Negras, como se puede apreciar en la figura 2. Este equipo de investigadores propone la hipótesis, por vez primera, de que debido a características muy particulares de la región donde ocurren los relámpagos, “el gas metano debe jugar un rol importante en los procesos microfísicos” que dan lugar a su formación. Para sustentar sus afirmaciones, estos investigadores, desarrollaron el siguiente modelo semi cuantitativo. En la zona donde se produce el fenómeno, existen corrientes convectivas producto del calentamiento diurno y de la disminución de la temperatura con la altura (gradiente térmico). Además, es rica en metano (CH4); bien por la descomposición de los detritus y humus de los humedales, o debido al escape del mismo a través de fisuras en el manto rocoso (rico en Kerógeno III) del interior de las ciénagas. El metano se desplaza a la mediana tropósfera (1,6 a 13 Km de altura) por las corrientes convectivas ascendentes y lo distribuye en forma anómala en el interior de las nubes de tormentas tipo cumulonimbos que se forman. Al subir, el metano gaseoso se cristaliza por las bajas temperaturas imperantes en el interior de las nubes y, como posee una configuración de simetría tetraédrica, se auto polariza, produciéndose una redistribución asimétrica de sus cargas eléctricas (semejándose a minúsculos imanes) que pone de manifiesto sus propiedades piroeléctricas; cada cristal polarizado genera un campo eléctrico que contribuye con el incremento del campo eléctrico (no uniforme) total (alrededor de 4.000 voltios por metro) en el interior de la nube, muy superior al valor del campo eléctrico atmosférico (alrededor de 100 voltios por cada metro de altura). Un campo eléctrico de tal intensidad, interviene con efectividad en la redistribución de las cargas eléctricas, de forma tal que un sector de la nube adquiere carga positiva y otro, carga negativa; en consecuencia, se establece una diferencia de potencial entre estos dos sectores y sí, su valor supera el potencial de ruptura del material de la nube, se produce la descarga eléctrica con la aparición del rayo. La intensa luz emitida por el rayo se difunde entre la nube y la ilumina, surgiendo el relámpago. Según los autores de este modelo, los relámpagos sólo se generan durante la noche porque, durante el día, la luz solar fotodisocia la molécula de metano y disminuye su concentración en la nube; deja sin explicación la sordez de los flashes.
Sin embargo, otros investigadores, como Ángel Viloria P. (2002) cuestiona la afirmación: “Las lagunas y pantanos inundados exhalan continuamente metano por descomposición de los detritus y humus…” de Falcón, por carecer de fundamentación científica experimental; por igual, Muñoz y Díaz (2011) sustentan que tal mecanismo microfísico no se podría mantener en el interior de las nubes debido a fuertes corrientes convectivas ascendentes y descendentes que rápidamente lograrían homogenizar la porción de metano gaseoso en la nube acuosa, lo que incide sobre la disminución en el valor de la constante dieléctrica del material de la nube y, en consecuencia, el campo eléctrico generado por el metano cristalizado, sería insuficiente para provocar la ruptura del dieléctrico (aire-metano), así como la producción de relámpagos con la tasa observada.
Así que, a pesar del esfuerzo realizado por
diversos investigadores, mediante la contrastación de sus observaciones in
situ, las atrevidas y creativas hipótesis y los reflexivos análisis sustentados
en el método científico, aún, hasta el presente, no se ha logrado desarrollar
un modelo atmosférico apropiado que dé cuenta de tan variada gama de procesos
naturales que se producen en el Farol del Catatumbo y que mantiene en
expectativa a los pobladores surlaguenses, por su peculiar e
inmensurable hermosura.