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lunes, 9 de octubre de 2023

 La Sombra

Anastasio y Pirolo se encontraban perdidos en un desierto. Después de caminar durante horas, ya casi amaneciendo, se toparon con un tronco grueso sin ramas, que en algún momento perteneció a un gran árbol. Cuando despuntó el primer rayo de sol, el tronco comenzó a extender una larga y ancha sombra, tanto como el grosor de los cuerpos de cada uno de ellos; y, de una vez, los hombres se refugiaron de la inclemencia de los rayos solares a medida que la transparente mañana avanzaba. ¡Estaban felices!

    A medida que se acercaba el mediodía, la sombra se fue acortando y, en toda su extensión, no cabían Anastasio y Pirolo para refugiarse del calor. Empezaron las disputas por el espacio, porque uno de ellos, supuestamente, había llegado primero a la base del tronco. Sol, que se encontraba presenciando todo desde arriba, se dijo para sus adentros: “como hoy me toca colocar el “mediodía cenital” en este lugar, entonces los dejaré sin sombra”. Y en un santiamén la sombra desapareció por completo. Anastasio y Pirolo no superaban el desconcierto.

    Sin embargo, poco a poco, la sombra empezó a aparecer de nuevo y a extenderse sobre el candente suelo del desierto. Empujones iban, trancazos sonaban, palabras saltaban por los cuatro vientos; los dos hombres reanudaron la disputa por la sombra. El sol seguía inclemente, se sentía achicharrando la piel de los infortunados.

    Luna, que estaba de paso por ese lugar y que también estaba presenciando la riña, se conmovió tanto que se propuso ayudarlos. Se fue arrimando poquito a poco delante de Sol hasta que lo tapó por completo. ¡Se hizo de noche! Pero Sol no estuvo de acuerdo con aquella acción maternal de Luna y se fue apartando hasta que apareció de nuevo la luz intensa mientras la sombra se alargaba, pero tan despacio, que los dos no cabían en ella.

    A sabiendas del comienzo de la tarde y que el sol se aplacaría, sin embargo, siguieron con la disputa. Cada uno pensaba que sí se apropiaba del tronco, durante los días venideros disfrutaría de aquella solidaria sombra hasta que alguien lo rescatara.

    Tierra, que sentía sus estrepitosas pisadas desde hacía rato y el estruendoso berrinche, también se conmovió; pero, se quedó pensativa un rato y luego decidió ralentizar su paso para que el inclemente sol de la tarde los siguiera castigando un poco más, y pudieran entrar en razón. Aquellos hombres jamás habían presenciado la llegada de un atardecer con tanta lentitud que, por primera vez, se miraron fijamente a los ojos y enmudecieron de estupor. A medida que la sombra se alargaba sobre el suelo del desierto, se iban acomodando. Pero estaban tan exhaustos, que ya no tenían fuerza para seguir con la trifulca. Tanto era el cansancio, que se quedaron del todo rendidos.

    Tierra los contempló con tristeza y se propuso continuar con la lección; en un dos por tres aligeró sus pasos, el día desapareció y apareció de nuevo. El par de hombres aun cansados al extremo, no entendían lo que estaba sucediendo. Con el nuevo día, un destello de conciencia hizo aparición en uno y se dijo: “es hora de compartir para seguir viviendo".

martes, 26 de octubre de 2021

En Búsqueda del Horizonte

              En Búsqueda del Horizonte 

                   Cercano                                                                 


  

Para Yálida Suárez



Al fin me decidí, después de darle tanta vuelta en mi mente, a prestarle atención a la inquietud que me mortificaba desde hacía rato. Empecé el viaje programado desde varios días atrás. Salí temprano de mi casa, cuando el sol recién asomaba sus primeros destellos por el borde del gran monte de la serranía. Dije, esta vez si tengo que llegar. Antes, el intento lo había hecho. Estuve caminando por las tardes a lo largo del camino que pasaba frente a la finca de mi papá, como ejercicio anterior para emprender la caminata que planeaba hacer. Aquel día por fin me decidí y arranqué, caminé tanto que no recuerdo cuánto; y de pronto, miro hacia atrás, y el techo de mi casa se habia esfumado. En ese momento sentí el primer temor verdadero de mi vida, me encontré sola e íngrima, sin ninguna alma caritativa que me ofreciera compañía, nadie se habia cruzado conmigo desde que habia partido. El sol aún no se había encaramado tanto en el cielo, pero ya me parecía que había pasado mucho, mucho tiempo. Sabía que, como era domingo, ese día la gente no trabajaba y se quedaba en casa descansando. Sin embargo, recuerdo que respiré profundo, muy profundo, como tres o cuatro veces para tomar aliento, como me recomendaba mi nono: “cuando vusté esté en dificultades y no jaye que hacer, respire profundo y verá mijita que eso rapidito se le pasa ”. Eso mismito lo hice y de inmediato el alma me llegó de nuevo al cuerpo. Seguí andando por el camino empedrao acompañado del trino de las aves y el rumor del arroyo que bajaba desde lo alto de la montaña que llevaba a mi lado. ¡Qué sensación más cautivadora la de haber formado parte, a edad temprana, del mundo natural donde se conjugaban los acordes melodiosos, de aquellos lindos seres del creador, con pinceladas multicolores revoloteando en mañanas del refulgente cielo andino!

miércoles, 4 de agosto de 2021

La Ceiba

 La Ceiba de El Moralito

Para Gabriel

En la ventana, la brisa bamboleaba la cinta verde lanceolada de la mata de coco que desenrollé del bolsillo para tal fin. Con eso me divertía un poco durante el corto viaje del Cuarenticinco al Moralito. Varía veces habíamos hecho el recorrido, sentados del mismo lado del autobús. También me entretenía con las ráfagas de arbustos y árboles cercanos que se perdían de mi vista en un relampaguear; con el movimiento acompasado de los más distantes, o con aquellos perezosos atados al lejano horizonte azulado. Me embelesaban las formas geométricas de sus copas, unas redonditas como las naranjas de mi patio, otras cónicas como el cucurucho de bijao que algunas veces me elaboraba para sentirme de mayor estatura. Me gustaban las jugadas al escondite que constantemente hacían a medida que el autobús avanzaba por la vía. Con el vaivén de mi manita los saludaba desde el inicio de mi viaje; parecía que los conocía desde siempre. Al verme, el alborozo se formaba; los cercanos enloquecían con el movimiento estrepitoso de sus ramajes y los aplausos escapados del golpeteo de las hojas; los distantes me seguían con las tenues

lunes, 2 de agosto de 2021

El arcoíris




Para Paola 

El viento acariciaba los cacheticos de Aya al vaivén del bamboleo del tren que la llevaría al Veintidos. Jugueteaba feliz con las ráfagas intermitentes que alborotaban las crinejas de Peti, su muñeca de trapo carisucia que había logrado llevar consigo a escondida de Mamá. De tanto sentir los batidos sobre su cinturita se recostó en tan cariñosos brazos maternos. De pronto, sintió que pegó un salto a través de la ventana y desde un lado de la vía, veía la traza de humo gris ascendente que se diluía con aquel tren de la mañana, traqueteando y esfumándose sobre los rieles, mientras penetraba en el verdoso manto vegetal de la sabana. Ni una pizca de temor sintió sobre su cuerpo. Cuando apretó contra sí los brazos entrecruzados, notó la ausencia de Peti y la preocupación la puso en sobresalto. Miró a hacia atrás y la visualizó haciendo maromas sobre uno de los rieles, invitándola a seguir. Corrió tras ella saltando entre los durmientes para atraparla, hasta que de repente la detuvo el destello multicolor que la empapaba desde un lado del camino. El resplandor zigzagueante desparramado en todas las direcciones la embelesó tanto, que se sumergió entre sus tonalidades para alcanzar la fuente de su origen. Un manto tornasol caía a pocas varas de la vía férrea. Su agua de luz en ráfagas intermitentes la bañó por completo y observó con asombro que Peti tomaba su colorido. Cuando trató de asirla entre sus brazos, se percató que sus propios deditos destellaban los mismos pigmentos que volaba por los aires. Contempló su reflejo en el fondo del cuenco de la pequeña laguna que recogía los colores de la cascada, y notó también en sus cabellos las mismas tonalidades; tenían tintes iridiscentes en franjas verticales como las que caían del cielo.

domingo, 1 de agosto de 2021

El Tren del 22

 

El Tren del 22

Ferrocarril de Santa Bárbara-El Vigía
(década de 1920 – 1930)

Hace años existió un pequeño y próspero caserío de casas de bahareque, horcones, techo metálico y palma real en la vía férrea surlaguense, con una docena de negocios de diverso uso comercial de la época. Fundado, como otros más, para estación de embarque y desembarque en el largo camino construido sobre la verde sabana tendida desde el pie de monte andino hasta las riveras del inmenso y caudaloso río. Esa fue la primera marca profunda que quedó grabada para siempre sobre el semblante de la sabana; donde tendieron una larga, muy larga y sinuosa escalera acostada sobre el paisaje tupido de arbustos y árboles tan altos, que la vista se quedaba corta para descubrir las últimas ramas de las copas.

 Levitando sobre la prolongada y angosta vía férrea que sigue los claros del montarascal, aún ondula una larga oruga quebrada en porciones exactas, con bamboleos lentos y armoniosos sincronizados con el avance. En cada estación exhala su vaporoso gemido y se dispone a reposar mientras espera el aborde del gentío presuroso que la aguarda. Cumplido el encargo, parte glamurosa al encuentro de la próxima estación, y así, entre paradas y arranques, bañada de vapor y tizne del fogón y la caldera, llega a su estación matriz a orilla del río que sin prisa la espera, para dar pie a la descarga y a la carga. 

La Princesa

 

La Princesa de Boca del Río

    
Imagen diseñada con IA Bing

Para Goya          

La noche serena del lago despierta sus esperanzas. Cada minuto transcurrido se adentra más en aguas profundas siguiendo el destello permanente que viene desde lejos. Le sirve de brújula para orientarse en la embocadura del río que lo lleva a su destino. Con ésta, son ciento veintiséis veces que hace el mismo recorrido acompañado del relámpago y, como conoce en detalle sus señales lumínicas, puede asegurar que la encomienda está asegurada y, sin problemas, la llevará a puerto seguro en el tiempo establecido. Conoce bien los tiempos de aguas y ventiscas del lago y el gran río, y por tal razón, no le preocupa; no obstante, otro tiempo más, sí le mortifica. Al mando del timón de su piragua debe hacer un alto en un sector específico del río a la hora convenida consigo mismo. Antes que el sol ascienda hasta los ocho grados en el horizonte de salida, espera llegar al sitio. Muchos sacudones sentimentales y atmosféricos tiene en su haber y de todos se ha librado fortalecido. La emoción lo embarga a medida que se acerca, no logra entender o no quiere en lo más remoto de su inconsciente descifrar el sentimiento que le agobia; él, hombre corrido por riveras inhóspitas de los ríos del sur, con incontables travesías lacustres y otras tantas en la alta mar embravecida, no podía dominar las emociones que lo inquietan. En ese instante no era cerebro, sólo corazón; en él no hay espacio para la razón, un sentimiento único se impone. Toda la atención la concentra en la opresión y el palpitar que tiene en el pecho y que se corre hasta la parte baja del estómago. Y así ocurrió, los tiempos se cumplieron de nuevo, como antes también. Se quita el sombrero y lo bate varias veces sobre el rostro enrojecido para aliviar el sofoco que lo envuelve. Con precisión cronométrica se encuentra una vez más en el noveno recodo del río frente a la lara de ramajes extendidos, que deja entrever la pequeña choza de caña brava y palma real contrastando con el verdor de la sabana. Detiene la máquina cumpliendo con el ritual de las últimas semanas y lanza el paquete que trae a su lado hasta la orilla del río. En media hora no ocurre cambio en el paisaje que ausculta con insistencia y desesperación. “Tuvo que recoger los anteriores…”, pensó; y arranca rumbo a su destino. El canto de las cotorras y el aullido de los araguatos pasan desapercibido para él, el trío de garzas blancas levitando al lado de la piragua tampoco lo distraen de sus pensamientos, las advertencias de ¡cuidado! de su ayudante no lo sacan para nada de su abstracción. Adopta un nuevo estado emocional al pasar frente a la choza en ambas direcciones. Lo embarga un vacío total cuando no la ve. El mundo se le esfuma y queda sin aliento. Quiere quedarse, lanzarse al río y a nado alcanzar la orilla y llegar a la choza. Pero, el compromiso lo saca de su estado, recobra la compostura y retoma el rumbo por el sinuoso río arriba, con la intención de entregar la mercancía.

La Madre de Agua




La Madre de Agua de la Maroma




                                                                                                                                  Para Naya                                                                                                                      

La Maroma misma, es en sí una culebra ondulante. Es caño zigzagueante desde aquellos remotos orígenes que se difunden en la historia geológica de la exuberancia vegetal que lo cobija. Es caño que pretendió ser rio; es rio que decidió ser caño para tributar al Escalante. Se tuerce a ratos en búsqueda del lago para verter sus aguas recogidas en cada torcedura sobre la sabana y poder nutrir así a sus moradores.

    La Maroma es puente y caño amalgamados; puente y caño son maromas, piruetas originarias para acceder a orillas, y cauce de tránsito al lago para enrumbar destinos. Es asiento de vida vegetal que lo sigue por sus riveras y cauce, y lecho de vida animal peculiar de la zona que transita. Especies diversas conviven en sus traslúcidas aguas desde que manan de las entrañas del redondel hasta que la cede al gran depositario acuífero. Es ecosistema bondadoso para cualquier especie exótica animal que quiera compartir e interactuar equilibradamente. Espacio de encanto, magia y hechizo donde se forjan imaginarios colectivos que incitan la fabulación. Se empalma con aguas extendidas del lago al final de su recorrido; ahí terminan sus andanzas con su lengua de agua dulce de la sabana anclada al oleaje. El caño La Maroma es vena abierta al tráfico poblacional que busca las aguas lacustres para aventura y distensión.

Presentación


Presentación Personal Temprana

Antiguo puente metálico sobre el río Escalante que une a 
Santa Bárbara con San Carlos ( Estado Zulia).

                                                                                                 Para Sofía                     

Vengo del "Veintidos". Aún siento en mis alpargatas polvorientas los camellones engransonados de la vía ferrocarrilera y las haciendas del sur del lago, donde laboraban mis queridos padres. Dispongo del gen cimarrón de los ancestros de mi progenitor en mi piel curtida por la brisa y el radiante sol zuliero; el sello originario andino materno persiste en mis andanzas. Cuando pequeño, me desplacé por el entramado de caminos de la carretera negra con sus afluentes de camellones. Supe que el "El Cuarenticinco", "El Dieciocho", "El Treinticinco", Los Cañitos, "El Quince", fueron florecientes estaciones del tren. Alternamos también con Janeiro, Caño Blanco, El Chivo, Concha y Cuatro Esquinas. No me es ajeno el mastranto de vaquera, los bramidos entre cantares de ordeño, y la espumosa leche tibia al sol naciente. Disfruté de la dulzura del mango entre piruetas en su ramaje. El canto del gallo y el trino del pitirrí me lanzaban al día, y las sombras estiradas del sol poniente le ponían en pausa. El sofoco diario se apaciguaba con querencias de mis seres queridos. Observé trazos de aguaceros sobre el terrenal del patio; me zambullí entre perlas cristalinas en chaparrones de invierno, y sentí el salpique de la lluvia sobre mi cuerpo y faz; probé sus aguas en los caldos de Mamá y en la agüita de panela de la tapara de Papá. Contemplé la ocre serpentina de las aguas apacibles del Escalante enrumbadas a la cuenca lacustre en búsqueda del relámpago silente. Con nostalgia reconstruyo las níveas piraguas pincelando el malecón de La Orilla, al contraste de la larguirucha chimenea de la fábrica láctea. Aún percibo las frecuencias de sus pitos sonoros, aún escucho el júbilo a sus llegadas y las tristes despedidas de las partidas. Degusté la pulpa ferrosa del bocachico, el bagre blanco, la manamana y el armadillo con aderezos de achote recién colado, donados por el noble rio. Saboreé, por perro caliente, al maduro espolvoreado con queso añejo; mis pizzas fueron de cachapas con queso aguaíto recién liberado de la prensa de turno donde Papá trabajaba. En vez de hamburguesas, deleité mi paladar con arepas de plátano verde cocío en brasas de fogón de leña. Degusté la mantequilla escurrida en plátano verde asao con queso blanco, en suculentas cenas de Teodora y Balbina. Las aventuras de mis héroes favoritos tenían por teatro la espesura del platanal y los matorrales del potrero. El aroma vegetal, entremezclada con humus de cultivo, era mi fragancia diaria. De ahí vengo. Participé en algarabías de pelotas, metras, trompos y emboques en mi calle El Tubo; armé volantines para retar al viento. Practiqué lucha libre para emular enmascarados, usé capas para volar sobre las esperanzas, y di correteos en juegos de cuarenta matas. Monté a caballos en camellones y potreros abiertos; jugueteé entre corrientes y pozos apacibles en caños de la panamericana. Tuve erizadas de piel con sombras nocturnas imaginarias. Hui de peleas callejeras y escolares; mi hermana me defendía. Correteé gallos, gallinas y pavos en patios y platanales. Tumbé un cristofué con la honda de turno, sin puntería premeditada. Atrapé torcasas con trampas de caña brava. Presencié la eclosión de pollitos en nidos del montarascal. Monitoreé nidos de pajaritos en copitos de acacias y cañafístulas en arboledas de los potreros. Hice peripecias sobre largos tubos en campos petroleros, y en la calle de mi barriada. Los cantos vallenatos de Escalona, entre estirones y apretones de acordeón y rasgueos de charrasca, percolaban mi piel y me hacían contornear las canillas en el piso de mi vecina colombiana. Contemplé pistas de carnavales adornadas con negritas y enmascarados; deambulé en procesiones de semana santa. La sonoridad persistente del pito de la Indulac aún retumba en mis tímpanos y me remontan al fin de año. Añoro la bondad, gentileza y dulzura de mis Padres; sus amores aún hacen presencia en mi ser profundo. También vengo de ahí, de sus rectos procederes, y sus sabias y humildes enseñanzas. En tiempos del liceo, la química revuelve mis humores, y se asoman incipientes destellos de amor púber. Compruebo que la amistad con hermandad profunda es posible con Alex y Néstor. Tuve la dicha de leer a edad temprana Así se templó el acero de Nicolai Ostrovski, mi primera novela socialista, donde me entero de otro orden social posible. Me gustaron las novelas de Dostoyevski como Crimen y castigo. Casi de inmediato vino Demián, Sidharta y El Lobo estepario de Hesse; Espartaco de Howard Fast y Así habló Saratustra de Nietzsche. Me aventuré con El Amor, las mujeres y la muerte de Shopenhauer, pero me confundió la vida y no lo entendí. Otras, y otras más... Me inicié en el cálculo diferencial y empecé a valorar la genialidad de Newton y Leibniz. Por vez primera vi plasmada sobre la pizarra las leyes de la mecánica y el electromagnetismo, esculpidas por la mente creativa de un físico titulado en mis estudios universitarios; aún a ese nivel inicial, me abrumó la profundidad de los planteamientos científicos. Me di cuenta que sí podía entenderlos y manipular sus leyes; sentí que andaba por buen camino. Mientras, alterné con atención a clientes en mi desempeño de portero, mesero y recepcionista en los espacios turísticos de Mérida. Aparecieron mis primeras angustias entre leer, estudiar o trabajar para garantizar mi sustento. Mi hada madrina, la Tía Carmen, me acobijaba con su bondad inmensurable. Se instaura la cultura oriental en las mentes juveniles y me absorbe; me inicio en yoga y literatura esotérica. Hasta que la acción meticulosa del conocimiento académico científico la destrona por siempre de mis pensamientos. Necesitaba la comprobación para creer. No estoy seguro si fue una bendición. Empecé a emular a los científicos consagrados. Aparecieron los primeros modelos en mi mente. Se me trasmutan las ideas con el mundo microscópico y sus nuevas leyes; me demuestran que son otras que lo gobiernan. Me muevo entre las leyes clásicas de la física y las modernas del mundo atómico. Nuevos paradigmas aparecen. Se acentúan mis inquietudes por entender el Cosmos, por qué el Sol brilla y se mueve, el porqué de las noches estrelladas que tanto me embelesan. El raudal de incógnitas seguía acumulándose sin respuestas definidas.

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