El reloj
La regularidad del tictac que escuchó con claridad y persistencia llamó su atención. Lo llevó directo al viejo baúl que se guardaba con esmero debajo de la cama. Desconocía su interior y nunca se había atrevido a preguntar. Nadie de la casa mencionaba su existencia. Se hizo de maña y encontró la llave marcada con la herrumbre de tres generaciones que la habían sostenido alguna vez. Con sumo cuidado apartó la foto sepia de sus antepasados que lo estaba tapando, y tomó entre sus manos aquel redondel de opaco brillo metálico que supuso era la causa de la osadía emprendida. La sensación de frio que sintió entre sus manos lo conectó con los cuentos de su abuela y pensó dejarlo de una vez en el lugar de resguardo. Sin embargo, con esmero lo colocó sobre la vieja peinadora de cedro frente al espejo, que a pesar de lo transcurrido aún se atrevía a formar imágenes de objetos que le ponían al frente. ¡Mayúscula sorpresa!, los números se mostraban al revés. Tal visión, más los relatos escuchados sobre aquella habitación, le crisparon los pelos y decidió devolver el dispositivo a su lugar de origen. Lo hizo, y colocó la llave en la misma orientación que la encontró.