lunes, 2 de agosto de 2021

El Poeta


El amigo poeta

Al Poeta Alexis Fernández

 

Es una bendición al alma tener un amigo poeta. Se despiertan y agudizan los sentidos con sus sinceros entusiasmos por el mundo. A mi pana poeta, nada le es ajeno y todo el universo circundante le impresiona, le motiva y le conmueve; vive de asombro en asombro, de búsqueda en búsqueda, de indagación en indagación. Contemplación y éxtasis pernoctan en mi amigo poeta. No se amilana por las pequeñeces de la vida, donde siempre ve aprendizajes. Se aprende a valorar y adorar la belleza y a sentir el placer que transmite, con un amigo poeta al lado de la existencia; quién comparte con emoción sus inquietudes y las plasma con sencillez y profundidad. Mi amigo poeta incursiona en lo natural y reivindica sus bondades; en lo inmaterial y ensalza sus virtudes, en lo espiritual y potencia sus cualidades. Nada le es indiferente. Mi amigo poeta se emociona con la roca musgoza, la observa, penetra en sus entramados moleculares y extrae sus cantos milenarios; realza la belleza de una vieja tapia y rehace sus atributos utilitarios ancestrales con su prosa cantarina. La cercanía de un amigo poeta le reconforta la vida a las almas necesitadas; escuchar sus cantares les eterniza su vivir. Libar una fría espumosa con un amigo poeta frente a frente, hace que el tiempo ralentice su tránsito entre profundidades espacio-temporales, que se traspaleé entre cuadernos y primigenias ecuaciones de las teorías einstenianas; que se abombe cual modelo inflacionario del Universo en expansión. Presenciar la prosa vivencial de un amigo poeta, transmuta el pensamiento; en su espacio, lo normal cobra su importancia, y lo trivial aflora, y se permuta en imprescindible con su verbo; visibiliza lo invisible, lo silente retumba en sónica melodía a cuatro vientos; lo lumínico abanica con radiancia iridiscente. ¡Vaya suerte la mía tener un pana poeta! El amigo poeta fortalece y redimensiona los nobles sentimientos. Cuando, en presencia de un amigo poeta, se redescubre un puerto enconchado en la lejanía, se presencia la refundación de un pueblo inverosímil, y se aprende a apreciar la "ensenada de las orugas color tabaco y rada de las cangrejas índigas" y se entiende entonces que existe "...la tierra de las lluvias con sol...", que incitan a "humedecer nuestra sed, a palpar en nuestros sentidos los orígenes". Con un amigo poeta, los relámpagos del sur descubren sus resplandores y míticos destellos a nuestros insensibles sentidos y sentimos que podemos internalizar en su dinámica; hasta sintonizar su sonoridad, a pesar de lo silente. Sin un amigo poeta, la vida sería más fácil. Estarían ausentes las inquietudes y las preguntas. No sentiría la necesidad de indagar la presencia de lo indecible, de lo impalpable, de lo insondable, de lo querido, de lo sentido, de lo amado; se acabaría la búsqueda de los modelos de los porqués, no habría cuándos, y los dóndes no tendrían escrituras. La vida sería más sencilla vivirla. Tener un amigo poeta ilumina las respuestas a la existencia misma y certifica las explicaciones. Con un amigo poeta se aprende a valorar la vida. Se ama más a la amada, a la amada de ayer, a la amada de hoy, a la amada de siempre; se sensibilizan los sentires y sus atenciones toman prestancia y urgencia. Sin un amigo poeta la vida se limita a banalidades y transcurre en simples contemplaciones; y la mesa del bar se cubre de extrañezas lejanas, y los claroscuros se acentúan entre el vaho del licor, el tintín de una copa melancólica, y la letra taciturna y quejumbrosa de bolero crepitante de rockola añeja; y la letra tendría que llenar entonces, mil veces más la sala de sonoridad en múltiples y repetidas pulsadas de teclas centenarias. Los amigos poetas sirven para esto, también; para añorar momentos y extrañar amigos que nos dejaron a destiempo. Están en el momento que deben estar y cuando no lo están, están como si siempre hubieran estado; siempre están. Hacen presencia perdurable con su prosa abierta y desclasificada. Su prosa no guarda secretos, al contrario, es un canto abierto que ensalza la vida que discurre cual manso arroyo complaciente de ordenanzas de la gravedad en sus lejanas nacientes de montañas. Mi pana poeta le canta a la vida porque la ama, le canta al amor porque se nutre de su esencia. Dialoga con el mar, el lago, el rio y el aire, la montaña, las flores y los pájaros, y con sus versos los vuelve imperecederos. Ve donde los mundanos somos invidentes, extrae los colores del arcoíris y los disemina en tucanes con linajes de hogueras encendidas, flamingos de luminosos rojos repetidos en rojos salmón, en gallos multicolores que desgranan partituras al viento; respeta el níveo plumaje de la garza blanca para no contradecir a Newton: la garza blanca, incolora de blanco níveo, guarda en clave genética secreta todos los matices del arcoíris. Mi hermano poeta descifra cada partitura de los moradores del bosque, se apropia de sus conciertos y los plasma en solemne poesía. Tener un hermano así, que enseñe a querer los confines surlaguenses, inculca ciudadanía; le da sentido de pertenencia a nuestras acciones. Entonces se internaliza la necesidad de regresar a Puerto Concha, de pernoctar en El Veintidós, en El Dieciocho, darle un vistazo a Janeiro y transitar por plantaciones del Chama. Y en su reconstrucción imaginaria de la vía ferrocarrilera, sentir los runrunes y pitazos de aquel tren de entonces, de estación en estación, de caserío en caserío; y montado en sus tambaleantes vagones, admirar aquel árbol de sombra donde se escriben las partituras del bosque, a lo largo de un camino sin fin. Con un poeta como mi amigo, la amistad se redimensiona con cada partida de La Maroma y cada travesía en La Merideña por un caño de leyenda ondulante que aún persiste en sus aguas. Un amigo poeta así, logra que esas aguas vayan por las venas de todos los que amamos nuestro terruño. Gracias, amigo poeta.

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