sábado, 25 de septiembre de 2021

 

Gemelo Fractálico

Con el fuerte suspiro lanzado al aire, retomó sus pensamientos. La imagen duplicada recobró su memoria. Recordó cómo había revisado con esmero su semblante frente al espejo de laguna por el tenue rasgo que aquel día se asomó con timidez. El leve abultamiento que notó en el entrecejo lo remontó a la época que adoptó de punto cero, de referente. Se convirtió en su estigma. A partir de entonces ya la vida no sería igual, por vez primera se dio cuenta que había un antes y un después en su existencia e invisibilizó su rostro para siempre. No le hacía falta, porque podía verse a través de ojos ajenos donde gran parte de su mundo se encontraba reflejado y pasajes de su historia se encontraban escritos. La huella del entramado espaciotemporal comenzó a dejar sus rastros desde aquel instante crucial. Algunas veces lo vio pasar fugaz sin esperarlo, otras, en su regazo seguía su compás; muchas, se le perdía en las profundidades de lo anterior. Y cayó en cuenta de la estrecha relación que mantenía con su mundo interior, con sus pensamientos y emociones, y que cada uno de estos quedaba registrado en su semblante. La tersa imagen primaria grabada en su memoria fue transmutando en vertiente extendida sobre su noble faz; mientras, otra imagen como la suya permanecía inmutable en la lejana profundidad del Universo. Sin verse, podía seguir el historial de épocas vividas ubicadas en cada una de sus ramificaciones. Cada rasgo era la pieza precisa del gran rompecabezas que había armado con su vida, y era asiento de un relato que encajaba perfectamente con los adyacentes. Cada surco, cada estría, tenía su porqué en aquel rostro multi-líneas de estructura fractálica y guardaba una estrecha relación con el entramado epidérmico que se extendía con sobriedad sobre el enjuto rostro. Se evidenciaba una norma establecida con la edad. Lo sabía, conocía la historia de cada traza invisible para él, porque eran producto de su propia configuración. Pocas fueron impuestas, y escasas debido al azar. Previo a cada experiencia que tendría, sabía la ubicación precisa que tomaría en tan inusitado código facial. Desde aquel día nunca más se vio el rostro, pero lo precisaba con tantos detalles en su interior como imagen cuadridimensional, que trascendía su presencia visual ¿Y por qué lo hizo? Para congelarlo en su mundo interior y medir cualquier efecto que le sirviera de comparación; con la pretensión de lograr una dimensión más en lo faltado por vivir y liberarse de sí mismo a través de la trama temporal.

Entre tanto, su otra imagen, la que dejó escapar hacía más allá del inmensurable universo, deambulaba con la mínima afectación entre las redes espacio-temporales que encontraba a su paso. La lozanía que imperaba imperturbable sobre su cuerpo y faz, y la jovial sonrisa disimulada entre los destellos titilantes salpicando en su rostro, daba cuenta de las predicciones de la infalible Teoría.

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