jueves, 5 de agosto de 2021
miércoles, 4 de agosto de 2021
La Ceiba
La Ceiba de El Moralito
Para Gabriel
En la ventana, la brisa bamboleaba la cinta verde lanceolada de la mata de coco que desenrollé del bolsillo para tal fin. Con eso me divertía un poco durante el corto viaje del Cuarenticinco al Moralito. Varía veces habíamos hecho el recorrido, sentados del mismo lado del autobús. También me entretenía con las ráfagas de arbustos y árboles cercanos que se perdían de mi vista en un relampaguear; con el movimiento acompasado de los más distantes, o con aquellos perezosos atados al lejano horizonte azulado. Me embelesaban las formas geométricas de sus copas, unas redonditas como las naranjas de mi patio, otras cónicas como el cucurucho de bijao que algunas veces me elaboraba para sentirme de mayor estatura. Me gustaban las jugadas al escondite que constantemente hacían a medida que el autobús avanzaba por la vía. Con el vaivén de mi manita los saludaba desde el inicio de mi viaje; parecía que los conocía desde siempre. Al verme, el alborozo se formaba; los cercanos enloquecían con el movimiento estrepitoso de sus ramajes y los aplausos escapados del golpeteo de las hojas; los distantes me seguían con las tenues
lunes, 2 de agosto de 2021
El Poeta
Al Poeta Alexis Fernández
El arcoíris
Para Paola
El viento acariciaba los cacheticos de Aya al vaivén del bamboleo del tren que la llevaría al Veintidos. Jugueteaba feliz con las ráfagas intermitentes que alborotaban las crinejas de Peti, su muñeca de trapo carisucia que había logrado llevar consigo a escondida de Mamá. De tanto sentir los batidos sobre su cinturita se recostó en tan cariñosos brazos maternos. De pronto, sintió que pegó un salto a través de la ventana y desde un lado de la vía, veía la traza de humo gris ascendente que se diluía con aquel tren de la mañana, traqueteando y esfumándose sobre los rieles, mientras penetraba en el verdoso manto vegetal de la sabana. Ni una pizca de temor sintió sobre su cuerpo. Cuando apretó contra sí los brazos entrecruzados, notó la ausencia de Peti y la preocupación la puso en sobresalto. Miró a hacia atrás y la visualizó haciendo maromas sobre uno de los rieles, invitándola a seguir. Corrió tras ella saltando entre los durmientes para atraparla, hasta que de repente la detuvo el destello multicolor que la empapaba desde un lado del camino. El resplandor zigzagueante desparramado en todas las direcciones la embelesó tanto, que se sumergió entre sus tonalidades para alcanzar la fuente de su origen. Un manto tornasol caía a pocas varas de la vía férrea. Su agua de luz en ráfagas intermitentes la bañó por completo y observó con asombro que Peti tomaba su colorido. Cuando trató de asirla entre sus brazos, se percató que sus propios deditos destellaban los mismos pigmentos que volaba por los aires. Contempló su reflejo en el fondo del cuenco de la pequeña laguna que recogía los colores de la cascada, y notó también en sus cabellos las mismas tonalidades; tenían tintes iridiscentes en franjas verticales como las que caían del cielo.
domingo, 1 de agosto de 2021
El Tren del 22
El Tren del 22
Hace años existió un pequeño y próspero caserío de casas de bahareque, horcones, techo metálico y palma real en la vía férrea surlaguense, con una docena de negocios de diverso uso comercial de la época. Fundado, como otros más, para estación de embarque y desembarque en el largo camino construido sobre la verde sabana tendida desde el pie de monte andino hasta las riveras del inmenso y caudaloso río. Esa fue la primera marca profunda que quedó grabada para siempre sobre el semblante de la sabana; donde tendieron una larga, muy larga y sinuosa escalera acostada sobre el paisaje tupido de arbustos y árboles tan altos, que la vista se quedaba corta para descubrir las últimas ramas de las copas.
Levitando sobre la prolongada y angosta vía férrea que sigue los claros del montarascal, aún ondula una larga oruga quebrada en porciones exactas, con bamboleos lentos y armoniosos sincronizados con el avance. En cada estación exhala su vaporoso gemido y se dispone a reposar mientras espera el aborde del gentío presuroso que la aguarda. Cumplido el encargo, parte glamurosa al encuentro de la próxima estación, y así, entre paradas y arranques, bañada de vapor y tizne del fogón y la caldera, llega a su estación matriz a orilla del río que sin prisa la espera, para dar pie a la descarga y a la carga.
La Princesa
La Princesa de Boca del Río
La noche serena del lago despierta sus esperanzas. Cada minuto transcurrido se adentra más en aguas profundas siguiendo el destello permanente que viene desde lejos. Le sirve de brújula para orientarse en la embocadura del río que lo lleva a su destino. Con ésta, son ciento veintiséis veces que hace el mismo recorrido acompañado del relámpago y, como conoce en detalle sus señales lumínicas, puede asegurar que la encomienda está asegurada y, sin problemas, la llevará a puerto seguro en el tiempo establecido. Conoce bien los tiempos de aguas y ventiscas del lago y el gran río, y por tal razón, no le preocupa; no obstante, otro tiempo más, sí le mortifica. Al mando del timón de su piragua debe hacer un alto en un sector específico del río a la hora convenida consigo mismo. Antes que el sol ascienda hasta los ocho grados en el horizonte de salida, espera llegar al sitio. Muchos sacudones sentimentales y atmosféricos tiene en su haber y de todos se ha librado fortalecido. La emoción lo embarga a medida que se acerca, no logra entender o no quiere en lo más remoto de su inconsciente descifrar el sentimiento que le agobia; él, hombre corrido por riveras inhóspitas de los ríos del sur, con incontables travesías lacustres y otras tantas en la alta mar embravecida, no podía dominar las emociones que lo inquietan. En ese instante no era cerebro, sólo corazón; en él no hay espacio para la razón, un sentimiento único se impone. Toda la atención la concentra en la opresión y el palpitar que tiene en el pecho y que se corre hasta la parte baja del estómago. Y así ocurrió, los tiempos se cumplieron de nuevo, como antes también. Se quita el sombrero y lo bate varias veces sobre el rostro enrojecido para aliviar el sofoco que lo envuelve. Con precisión cronométrica se encuentra una vez más en el noveno recodo del río frente a la lara de ramajes extendidos, que deja entrever la pequeña choza de caña brava y palma real contrastando con el verdor de la sabana. Detiene la máquina cumpliendo con el ritual de las últimas semanas y lanza el paquete que trae a su lado hasta la orilla del río. En media hora no ocurre cambio en el paisaje que ausculta con insistencia y desesperación. “Tuvo que recoger los anteriores…”, pensó; y arranca rumbo a su destino. El canto de las cotorras y el aullido de los araguatos pasan desapercibido para él, el trío de garzas blancas levitando al lado de la piragua tampoco lo distraen de sus pensamientos, las advertencias de ¡cuidado! de su ayudante no lo sacan para nada de su abstracción. Adopta un nuevo estado emocional al pasar frente a la choza en ambas direcciones. Lo embarga un vacío total cuando no la ve. El mundo se le esfuma y queda sin aliento. Quiere quedarse, lanzarse al río y a nado alcanzar la orilla y llegar a la choza. Pero, el compromiso lo saca de su estado, recobra la compostura y retoma el rumbo por el sinuoso río arriba, con la intención de entregar la mercancía.
La Madre de Agua

La Maroma misma, es en sí una culebra ondulante. Es caño zigzagueante desde aquellos remotos orígenes que se difunden en la historia geológica de la exuberancia vegetal que lo cobija. Es caño que pretendió ser rio; es rio que decidió ser caño para tributar al Escalante. Se tuerce a ratos en búsqueda del lago para verter sus aguas recogidas en cada torcedura sobre la sabana y poder nutrir así a sus moradores.
La Maroma es puente y caño amalgamados; puente y caño son maromas, piruetas originarias para acceder a orillas, y cauce de tránsito al lago para enrumbar destinos. Es asiento de vida vegetal que lo sigue por sus riveras y cauce, y lecho de vida animal peculiar de la zona que transita. Especies diversas conviven en sus traslúcidas aguas desde que manan de las entrañas del redondel hasta que la cede al gran depositario acuífero. Es ecosistema bondadoso para cualquier especie exótica animal que quiera compartir e interactuar equilibradamente. Espacio de encanto, magia y hechizo donde se forjan imaginarios colectivos que incitan la fabulación. Se empalma con aguas extendidas del lago al final de su recorrido; ahí terminan sus andanzas con su lengua de agua dulce de la sabana anclada al oleaje. El caño La Maroma es vena abierta al tráfico poblacional que busca las aguas lacustres para aventura y distensión.
Presentación
Presentación Personal Temprana
Vengo del "Veintidos". Aún siento en mis alpargatas
polvorientas los camellones engransonados de la vía ferrocarrilera y las
haciendas del sur del lago, donde laboraban mis queridos padres. Dispongo del
gen cimarrón de los ancestros de mi progenitor en mi piel curtida por la brisa
y el radiante sol zuliero; el sello originario andino materno persiste en mis
andanzas. Cuando pequeño, me desplacé por el entramado de caminos de la
carretera negra con sus afluentes de camellones. Supe que el "El Cuarenticinco",
"El Dieciocho", "El Treinticinco", Los Cañitos, "El
Quince", fueron florecientes estaciones del tren. Alternamos también con
Janeiro, Caño Blanco, El Chivo, Concha y Cuatro Esquinas. No me es ajeno el
mastranto de vaquera, los bramidos entre cantares de ordeño, y la espumosa
leche tibia al sol naciente. Disfruté de la dulzura del mango entre piruetas en
su ramaje. El canto del gallo y el trino del pitirrí me lanzaban al día, y las
sombras estiradas del sol poniente le ponían en pausa. El sofoco diario se apaciguaba
con querencias de mis seres queridos. Observé trazos de aguaceros sobre el
terrenal del patio; me zambullí entre perlas cristalinas en chaparrones de
invierno, y sentí el salpique de la lluvia sobre mi cuerpo y faz; probé sus
aguas en los caldos de Mamá y en la agüita de panela de la tapara de Papá.
Contemplé la ocre serpentina de las aguas apacibles del Escalante enrumbadas a
la cuenca lacustre en búsqueda del relámpago silente. Con nostalgia reconstruyo
las níveas piraguas pincelando el malecón de La Orilla, al contraste de la
larguirucha chimenea de la fábrica láctea. Aún percibo las frecuencias de sus
pitos sonoros, aún escucho el júbilo a sus llegadas y las tristes despedidas de
las partidas. Degusté la pulpa ferrosa del bocachico, el bagre blanco, la
manamana y el armadillo con aderezos de achote recién colado, donados por el
noble rio. Saboreé, por perro caliente, al maduro espolvoreado con queso añejo;
mis pizzas fueron de cachapas con queso aguaíto recién liberado de la prensa de
turno donde Papá trabajaba. En vez de hamburguesas, deleité mi paladar con
arepas de plátano verde cocío en brasas de fogón de leña. Degusté la
mantequilla escurrida en plátano verde asao con queso blanco, en suculentas
cenas de Teodora y Balbina. Las aventuras de mis héroes favoritos tenían por
teatro la espesura del platanal y los matorrales del potrero. El aroma vegetal,
entremezclada con humus de cultivo, era mi fragancia diaria. De ahí vengo.
Participé en algarabías de pelotas, metras, trompos y emboques en mi calle El
Tubo; armé volantines para retar al viento. Practiqué lucha libre para emular
enmascarados, usé capas para volar sobre las esperanzas, y di correteos en
juegos de cuarenta matas. Monté a caballos en camellones y potreros abiertos;
jugueteé entre corrientes y pozos apacibles en caños de la panamericana. Tuve
erizadas de piel con sombras nocturnas imaginarias. Hui de peleas callejeras y
escolares; mi hermana me defendía. Correteé gallos, gallinas y pavos en patios
y platanales. Tumbé un cristofué con la honda de turno, sin puntería
premeditada. Atrapé torcasas con trampas de caña brava. Presencié la eclosión
de pollitos en nidos del montarascal. Monitoreé nidos de pajaritos en copitos
de acacias y cañafístulas en arboledas de los potreros. Hice peripecias sobre
largos tubos en campos petroleros, y en la calle de mi barriada. Los cantos
vallenatos de Escalona, entre estirones y apretones de acordeón y rasgueos de
charrasca, percolaban mi piel y me hacían contornear las canillas en el piso de
mi vecina colombiana. Contemplé pistas de carnavales adornadas con negritas y
enmascarados; deambulé en procesiones de semana santa. La sonoridad persistente
del pito de la Indulac aún retumba en mis tímpanos y me remontan al fin de año.
Añoro la bondad, gentileza y dulzura de mis Padres; sus amores aún hacen
presencia en mi ser profundo. También vengo de ahí, de sus rectos procederes, y
sus sabias y humildes enseñanzas. En tiempos del liceo, la química revuelve mis
humores, y se asoman incipientes destellos de amor púber. Compruebo que la
amistad con hermandad profunda es posible con Alex y Néstor. Tuve la dicha de
leer a edad temprana Así se templó el acero de Nicolai Ostrovski, mi primera
novela socialista, donde me entero de otro orden social posible. Me gustaron las
novelas de Dostoyevski como Crimen y castigo. Casi de inmediato vino Demián,
Sidharta y El Lobo estepario de Hesse; Espartaco de Howard Fast y Así habló
Saratustra de Nietzsche. Me aventuré con El Amor, las mujeres y la muerte de
Shopenhauer, pero me confundió la vida y no lo entendí. Otras, y otras más...
Me inicié en el cálculo diferencial y empecé a valorar la genialidad de Newton
y Leibniz. Por vez primera vi plasmada sobre la pizarra las leyes de la
mecánica y el electromagnetismo, esculpidas por la mente creativa de un físico
titulado en mis estudios universitarios; aún a ese nivel inicial, me abrumó la
profundidad de los planteamientos científicos. Me di cuenta que sí podía
entenderlos y manipular sus leyes; sentí que andaba por buen camino. Mientras,
alterné con atención a clientes en mi desempeño de portero, mesero y
recepcionista en los espacios turísticos de Mérida. Aparecieron mis primeras
angustias entre leer, estudiar o trabajar para garantizar mi sustento. Mi hada
madrina, la Tía Carmen, me acobijaba con su bondad inmensurable. Se instaura la
cultura oriental en las mentes juveniles y me absorbe; me inicio en yoga y
literatura esotérica. Hasta que la acción meticulosa del conocimiento académico
científico la destrona por siempre de mis pensamientos. Necesitaba la
comprobación para creer. No estoy seguro si fue una bendición. Empecé a emular
a los científicos consagrados. Aparecieron los primeros modelos en mi mente. Se
me trasmutan las ideas con el mundo microscópico y sus nuevas leyes; me demuestran
que son otras que lo gobiernan. Me muevo entre las leyes clásicas de la física
y las modernas del mundo atómico. Nuevos paradigmas aparecen. Se acentúan mis
inquietudes por entender el Cosmos, por qué el Sol brilla y se mueve, el porqué
de las noches estrelladas que tanto me embelesan. El raudal de incógnitas
seguía acumulándose sin respuestas definidas.