Presentación Personal Temprana
Antiguo puente metálico sobre el río Escalante que une a
Santa Bárbara con San Carlos ( Estado Zulia).
Para Sofía Vengo del "Veintidos". Aún siento en mis alpargatas
polvorientas los camellones engransonados de la vía ferrocarrilera y las
haciendas del sur del lago, donde laboraban mis queridos padres. Dispongo del
gen cimarrón de los ancestros de mi progenitor en mi piel curtida por la brisa
y el radiante sol zuliero; el sello originario andino materno persiste en mis
andanzas. Cuando pequeño, me desplacé por el entramado de caminos de la
carretera negra con sus afluentes de camellones. Supe que el "El Cuarenticinco",
"El Dieciocho", "El Treinticinco", Los Cañitos, "El
Quince", fueron florecientes estaciones del tren. Alternamos también con
Janeiro, Caño Blanco, El Chivo, Concha y Cuatro Esquinas. No me es ajeno el
mastranto de vaquera, los bramidos entre cantares de ordeño, y la espumosa
leche tibia al sol naciente. Disfruté de la dulzura del mango entre piruetas en
su ramaje. El canto del gallo y el trino del pitirrí me lanzaban al día, y las
sombras estiradas del sol poniente le ponían en pausa. El sofoco diario se apaciguaba
con querencias de mis seres queridos. Observé trazos de aguaceros sobre el
terrenal del patio; me zambullí entre perlas cristalinas en chaparrones de
invierno, y sentí el salpique de la lluvia sobre mi cuerpo y faz; probé sus
aguas en los caldos de Mamá y en la agüita de panela de la tapara de Papá.
Contemplé la ocre serpentina de las aguas apacibles del Escalante enrumbadas a
la cuenca lacustre en búsqueda del relámpago silente. Con nostalgia reconstruyo
las níveas piraguas pincelando el malecón de La Orilla, al contraste de la
larguirucha chimenea de la fábrica láctea. Aún percibo las frecuencias de sus
pitos sonoros, aún escucho el júbilo a sus llegadas y las tristes despedidas de
las partidas. Degusté la pulpa ferrosa del bocachico, el bagre blanco, la
manamana y el armadillo con aderezos de achote recién colado, donados por el
noble rio. Saboreé, por perro caliente, al maduro espolvoreado con queso añejo;
mis pizzas fueron de cachapas con queso aguaíto recién liberado de la prensa de
turno donde Papá trabajaba. En vez de hamburguesas, deleité mi paladar con
arepas de plátano verde cocío en brasas de fogón de leña. Degusté la
mantequilla escurrida en plátano verde asao con queso blanco, en suculentas
cenas de Teodora y Balbina. Las aventuras de mis héroes favoritos tenían por
teatro la espesura del platanal y los matorrales del potrero. El aroma vegetal,
entremezclada con humus de cultivo, era mi fragancia diaria. De ahí vengo.
Participé en algarabías de pelotas, metras, trompos y emboques en mi calle El
Tubo; armé volantines para retar al viento. Practiqué lucha libre para emular
enmascarados, usé capas para volar sobre las esperanzas, y di correteos en
juegos de cuarenta matas. Monté a caballos en camellones y potreros abiertos;
jugueteé entre corrientes y pozos apacibles en caños de la panamericana. Tuve
erizadas de piel con sombras nocturnas imaginarias. Hui de peleas callejeras y
escolares; mi hermana me defendía. Correteé gallos, gallinas y pavos en patios
y platanales. Tumbé un cristofué con la honda de turno, sin puntería
premeditada. Atrapé torcasas con trampas de caña brava. Presencié la eclosión
de pollitos en nidos del montarascal. Monitoreé nidos de pajaritos en copitos
de acacias y cañafístulas en arboledas de los potreros. Hice peripecias sobre
largos tubos en campos petroleros, y en la calle de mi barriada. Los cantos
vallenatos de Escalona, entre estirones y apretones de acordeón y rasgueos de
charrasca, percolaban mi piel y me hacían contornear las canillas en el piso de
mi vecina colombiana. Contemplé pistas de carnavales adornadas con negritas y
enmascarados; deambulé en procesiones de semana santa. La sonoridad persistente
del pito de la Indulac aún retumba en mis tímpanos y me remontan al fin de año.
Añoro la bondad, gentileza y dulzura de mis Padres; sus amores aún hacen
presencia en mi ser profundo. También vengo de ahí, de sus rectos procederes, y
sus sabias y humildes enseñanzas. En tiempos del liceo, la química revuelve mis
humores, y se asoman incipientes destellos de amor púber. Compruebo que la
amistad con hermandad profunda es posible con Alex y Néstor. Tuve la dicha de
leer a edad temprana Así se templó el acero de Nicolai Ostrovski, mi primera
novela socialista, donde me entero de otro orden social posible. Me gustaron las
novelas de Dostoyevski como Crimen y castigo. Casi de inmediato vino Demián,
Sidharta y El Lobo estepario de Hesse; Espartaco de Howard Fast y Así habló
Saratustra de Nietzsche. Me aventuré con El Amor, las mujeres y la muerte de
Shopenhauer, pero me confundió la vida y no lo entendí. Otras, y otras más...
Me inicié en el cálculo diferencial y empecé a valorar la genialidad de Newton
y Leibniz. Por vez primera vi plasmada sobre la pizarra las leyes de la
mecánica y el electromagnetismo, esculpidas por la mente creativa de un físico
titulado en mis estudios universitarios; aún a ese nivel inicial, me abrumó la
profundidad de los planteamientos científicos. Me di cuenta que sí podía
entenderlos y manipular sus leyes; sentí que andaba por buen camino. Mientras,
alterné con atención a clientes en mi desempeño de portero, mesero y
recepcionista en los espacios turísticos de Mérida. Aparecieron mis primeras
angustias entre leer, estudiar o trabajar para garantizar mi sustento. Mi hada
madrina, la Tía Carmen, me acobijaba con su bondad inmensurable. Se instaura la
cultura oriental en las mentes juveniles y me absorbe; me inicio en yoga y
literatura esotérica. Hasta que la acción meticulosa del conocimiento académico
científico la destrona por siempre de mis pensamientos. Necesitaba la
comprobación para creer. No estoy seguro si fue una bendición. Empecé a emular
a los científicos consagrados. Aparecieron los primeros modelos en mi mente. Se
me trasmutan las ideas con el mundo microscópico y sus nuevas leyes; me demuestran
que son otras que lo gobiernan. Me muevo entre las leyes clásicas de la física
y las modernas del mundo atómico. Nuevos paradigmas aparecen. Se acentúan mis
inquietudes por entender el Cosmos, por qué el Sol brilla y se mueve, el porqué
de las noches estrelladas que tanto me embelesan. El raudal de incógnitas
seguía acumulándose sin respuestas definidas.