¿Por qué no
hago experimentos en el aula ni en el laboratorio? No los hago porque no tengo
el equipo de laboratorio de la universidad donde hice mi carrera; sí hubiese
salido con un kit idéntico de física, química o biología, debajo del brazo,
además de mi Título, otro sería mi cantar. Mi ilustre universidad me enseñó los
conceptos, principios y leyes fundamentales de la ciencia; entendí a la
perfección las leyes de Newton y Maxwell, sé de las leyes de Mendel, conozco y
sé cómo sintetizar la aspirina, en qué se basa y como aplicar el cálculo
diferencial e integral, al igual que el algebra y la geometría, la teoría
evolucionista no me es ajena, he leído mucho sobre Humboldt y Darwin. Al pelo
apliqué múltiples veces el teorema de Pitágoras, me preguntan sobre óptica y
les desarrollo con destreza el funcionamiento del microscopio y el telescopio,
les hablo del Hubble, de su estado actual y qué proyecto lo sustituirá, puedo
seguir los principios de funcionamiento del microscopio electrónico de
transmisión (MET) sin dificultad; sé que a Plutón lo degradaron, que ya no es
un planeta, y que la sonda New Horizons lo está reivindicando. Estuve al tanto
del descubrimiento del bosón de Higgs, la mal llamada partícula de Dios, y
entiendo el cáliz de su trascendencia; también del aterrizaje de la mini sonda
Philae sobre el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko en agosto de 2014. Estoy al
día en mis conocimientos científicos, me siento actualizado, acabo de salir de
la universidad; estoy loquito por aplicarlos en el aula. Ni se diga en
pedagogía; interpreté muy bien las enseñanzas de Comenius, participé en
seminarios sobre Morin, algo de Simón Rodríguez me enseñaron mis profes, monté
estrategias sobre cómo enseñar la ley de inducción de Faraday, y un sin número
de otros principios sin experimentos y simulaciones, que mi tutor me exigió,
porque "nunca se sabe en qué liceo vas a caer"; y me fue muy
bien en los cursos: aprobé. Me gustó mucho la Didáctica y todas sus
ramas. Me puñaleé las teorías pedagógicas a la perfección, y me considero
experto en técnicas y métodos de enseñanza. Me gustaron las clases magistrales
de sicología cognitiva, y cómo disfruté con las inteligencias múltiples de
Gardner; este fue uno de mis seminarios preferidos. Y les podría seguir
detallando algo más pero este espacio es limitado.
Al fin me decidí, después de darle tanta vuelta en mi mente, a prestarle atención a la inquietud que me mortificaba desde hacía rato. Empecé el viaje programado desde varios días atrás. Salí temprano de mi casa, cuando el sol recién asomaba sus primeros destellos por el borde del gran monte de la serranía. Dije, esta vez si tengo que llegar. Antes, el intento lo había hecho. Estuve caminando por las tardes a lo largo del camino que pasaba frente a la finca de mi papá, como ejercicio anterior para emprender la caminata que planeaba hacer. Aquel día por fin me decidí y arranqué, caminé tanto que no recuerdo cuánto; y de pronto, miro hacia atrás, y el techo de mi casa se habia esfumado. En ese momento sentí el primer temor verdadero de mi vida, me encontré sola e íngrima, sin ninguna alma caritativa que me ofreciera compañía, nadie se habia cruzado conmigo desde que habia partido. El sol aún no se había encaramado tanto en el cielo, pero ya me parecía que había pasado mucho, mucho tiempo. Sabía que, como era domingo, ese día la gente no trabajaba y se quedaba en casa descansando. Sin embargo, recuerdo que respiré profundo, muy profundo, como tres o cuatro veces para tomar aliento, como me recomendaba mi nono: “cuando vusté esté en dificultades y no jaye que hacer, respire profundo y verá mijita que eso rapidito se le pasa ”. Eso mismito lo hice y de inmediato el alma me llegó de nuevo al cuerpo. Seguí andando por el camino empedrao
acompañado del trino de las aves y el rumor del arroyo que bajaba desde lo alto de la montaña que llevaba a mi lado. ¡Qué sensación más cautivadora la de haber formado parte, a edad temprana, del mundo natural donde se conjugaban los acordes melodiosos, de aquellos lindos seres del creador, con pinceladas multicolores revoloteando en mañanas del refulgente cielo andino!
Del Pensamiento
de Don Luis Zambrano a la Acción Pedagógica
“No espere saber pa’ ponerse a hacer, póngase a hacer pa’ poder saber”
El presente trabajo trata de la
interpretación y análisis del pensamiento del Tecnólogo Popular Don Luis Zambrano,
hombre de saberes llevados al plano experimental con la finalidad de contribuir
con la solución de diversos problemas de la comunidad. Se eligió el
pensamiento “No espere saber pa’ ponerse a hacer, póngase a
hacer pa’ poder saber” por representar éste su principio de vida y
porque consideramos que se puede aplicar en el plano pedagógico a fin
contribuir con la enseñanza de la ciencia en la educación primaria y secundaria
bolivariana.
“No espere saber…”esno
esperar la realización de estudios especializados en una determinada área para
emprender cualquier actividad; hay que realizarla de una vez para poder
aprender y adquirir conocimiento a medida que se desarrolla. No es
indispensable, según Don Luis, poseer un amplio conocimiento sobre un
determinado tema para realizar un aporte en esa área; se requiere emprender la
tarea y a medida que las dificultades se vayan presentando, se van analizando y
solucionando. Así, se aprende al hacer.
Según Planchart (2007), este ilustre merideño resume
el concepto que tiene sobre el saber en la siguiente frase: “El
mundo del saber no hay que esperar que le llegue a uno, sino que uno debe irse
arrimando al mundo del saber. Cuando usted sube el primer peldaño de la
escalera no hay que permitir que se derrumbe. No mire pa’ bajo ni pa’ atrás. En
el ejercer está el saber.” Concepción del saber que se concretiza en “No espere
saber pa’ ponerse a hacer, póngase a hacer pa’ poder saber”.
Don Luis Zambrano durante toda su vida fue un
cultor del auto aprendizaje. Su origen humilde de familia andina campesina, su
entorno intelectual propio de la época y las restrictivas características
educativas de la localidad rural donde nació y creció, no fue impedimento para
su crecimiento personal en búsqueda del conocimiento científico y técnico. Como
hombre de inquietudes innovadoras, no esperó ir a la academia para obtener el
conocimiento requerido en sus investigaciones experimentales habituales. Fue un
asiduo constructor de saberes en los espacios de la ciencia y la
tecnología; en su constante búsqueda de la solución de los problemas prácticos
de las comunidades andinas, fue su norte la preparación autodidáctica. No
conocía la existencia del número pi y no esperó “saber pa’
ponerse… “ sino que con la agudeza propia de los investigadores más
connotados de la época, lo redescubrió para dar respuestas a sus inquietudes
relacionadas con los engranajes en rotación y aprovechar la energía hidráulica
de las caídas de aguas para convertirla en trabajo mecánico y electricidad; no
tenía a la mano el tornillo requerido para sustentar una pieza mecánica y con
la maestría del mejor tecnólogo de academia lo diseñaba y construía. Su escasa
escolaridad no constituyó barrera para inventar los más insólitos dispositivos
mecánicos que competían con los importados y que eran de difícil adquisición en
un país rural como el nuestro, en su época. Don Luis no esperó el Doctorado
Honoris Causa que le otorgó tardíamente la Universidad de los Andes,
para “saber…”; no, al
contrario se puso “a hacer pa’ poder saber´…” y dar así
respuestas a sus inquietudes intelectuales. Esta frase sintetiza su filosofía
del vivir, propia de un hombre en constante búsqueda de cómo incrementar la
calidad de vida de sus coterráneos a través de la investigación y desarrollo
tecnológico; nos abre un camino para seguir su ejemplo.
Estas sabias enseñanzas de Don Luis, se encuentran
diseminadas en la obra del ilustre pedagogo Samuel Robinson (SR), formador de
la recia personalidad de nuestro Libertador. El primero lo aplica en
tecnología, el segundo en educación. Igualmente, SR tampoco esperó tener a la
mano un modelo pedagógico europeo o norteamericano para utilizarlo en su
desempeño como maestro; al contrario, hizo propuestas a las autoridades
caraqueñas para mejorar la enseñanza en la escuela primaria. Por eso y mucho
más, sus enseñanzas pedagógicas constituyen uno de los pilares fundamentales
del Nuevo Currículo Nacional Bolivariano que el MPPE prontamente implementará
en el sistema educativo nacional.
Tal como Robinson, el pensamiento de Don Luis es
pieza clave para el desarrollo de un modelo educativo cónsono con las
necesidades educativas de los educandos en todos los subsistemas, desde el
Inicial hasta Secundaria Bolivariana. El “no espere…” es el“o
inventamos o erramos…”; es una filosofía de vida, una actitud para
aprender, un método de aprendizaje, un método para enseñar; propio de la
necesidad de conocer la naturaleza de las cosas, de cómo funcionan y cómo se
interrelacionan con los demás componentes del todo. Pero esta necesidad por
conocer y aprender como la sintió Don Luis, se puede convertir en un principio
fundamental para enseñar, para educar construyendo, sin esperar al catedrático
para que nos guíe y nos enseñe con su modelo importado y que ha probado en
espacios educativos extraños a nuestros intereses nacionales y, por lo general,
descontextualizados de nuestra realidad educativa.
Las escuelas con sus estudiantes, maestros,
personal y comunidad, tienen los espacios propicios para la aplicación de esta
máxima (“no espere…”). En
particular, la enseñanza de la ciencia se puede abordar a partir de esta
máxima, considerándola un axioma pedagógico.
La enseñanza de la ciencia en nuestro sistema
educativo se ha hecho, y aún se hace, exclusivamente en forma teórica. En los
cursos que se imparten, no se prevé la búsqueda del conocimiento y el logro de
destrezas y aptitudes a través de la manipulación de los objetos, sino que se
hace énfasis en la “física, la química y la biología de tiza y pizarrón” y el
libro de texto. En particular, los cursos de Física, Química y Matemática, aún
se enseñan bajo el esquema de conceptos aislados y descontextualizados de la
realidad. Según las directrices del Modelo Educativo Bolivariano la ciencia se
debe enseñar bajo un enfoque abierto, flexible, contextualizado, y con una
perspectiva inter y transdisciplinaria, compatible con los requerimientos de
una escuela productiva e interconectada con el trabajo comunitario.
En consecuencia, en el proceso enseñanza
aprendizaje de la ciencia es preciso que el maestro “no espere…” disponer
en cada escuela de un laboratorio equipado con la última tecnología de punta,
para desempeñarse. Al contrario, fundamentado en el“…póngase
a hacer pa’ poder saber”,que utilice todo su potencial creativo para diseñar
estrategias metodológicas experimentales a fin de enseñar la diversidad de
procesos, conceptos y leyes presentes en el área de las ciencias
naturales (física, química y biología). Con material reutilizable, tal
como hacía Don Luis Zambrano para concretar sus inventos, podría diseñar un
laboratorio para la enseñanza, donde se aplique el método científico y dar así
al estudiante, la oportunidad de explorar y observar, comparar y relacionar,
inferir y argumentar; para realizar predicciones sobre el comportamiento del
mundo natural mediante la elaboración de modelos científicos sencillos, acorde
a su nivel cognitivo.
Con los
Proyectos de Aprendizaje (PA), se tiene la oportunidad de aplicar el aprender
haciendo que utilizó el hijo ilustre de Bailadores como principio de vida.
Proyectos estos que deben ser interdisciplinarios para que los estudiantes
aprecien las relaciones existentes entre las diferentes disciplinas.
Aparece
una voz que merodea su entorno y le cautiva su mensaje. Lo escruta y lo compara,
empieza a descifrar sus códigos y siente que se asemejan a los suyos. ¿De dónde
vienen? ¿Se escaparon del mundo de atrás, del mundo de alante, de aquel que
casi olvida? Pertenecen al mundo interior que quiere ser atendido. Le presta
atención y le parece que esos son. Es su voz interior que se hace sentir de esa
manera. Resuena desde muy adentro. Le dice, acompáñate de ella. Esa voz vibra
con cada pensamiento. Te reta a descubrirla, te invita a seguirla. Déjate
llevar. Quiere que la plasmes en un axioma matemático, en un poema, en relatos
de tu propia vida. Atiéndela, esa voz quiere hacerte compañía para decirte que
eres tú mismo. Qué es tu fuero interno viajando por los tiempos. Es el haz y el
envés de tu presente que te habla desde lo transcurrido y también del devenir. Cuando
evocas, esa voz, arrastra sin sabores, penas y alegrías. Déjala corretear por donde
quiere hasta que depure tu presente. Déjala sumergirse en lo que queda por
venir y usa la imagen especular que te presenta. Esa voz, algunas veces se te
escapa en tonos melodiosos y se sumerge en tu propia conversación. Y sientes que
inunda tu ambiente y te susurra al oído. Déjala que le cante a los dioses del
Olimpo y síguele el ritmo que te brinda. Baila con ella, tu voz. Invítala a que
te narre sus caprichos, sus desavenencias, alegrías y sentires. Dile que te
hable en castellano, que no te hable en prosa estilizada ni se vaya por la
tangente, que te diga las cosas por sus nombres, tal como son. Si se te escapó
es que quiere atender tus motivaciones. No la encierres de nuevo. No la mates.
Síguela, te llevará al antes y al después. Y verás que el espectro temporal es sólo
uno y aunque se despliegue en tres a cada rato, sí lo mantienes confinado en el
presente, habrás entendido lo que es vivir.
sábado, 25 de septiembre de 2021
Gemelo Fractálico
Con
el fuerte suspiro lanzado al aire, retomó sus pensamientos. La imagen duplicada
recobró su memoria. Recordó cómo había revisado con esmero su semblante frente
al espejo de laguna por el tenue rasgo que aquel día se asomó con timidez. El
leve abultamiento que notó en el entrecejo lo remontó a la época que adoptó de
punto cero, de referente. Se convirtió en su estigma. A partir de entonces ya
la vida no sería igual, por vez primera se dio cuenta que había un antes y un
después en su existencia e invisibilizó su rostro para siempre. No le hacía
falta, porque podía verse a través de ojos ajenos donde gran parte de su mundo
se encontraba reflejado y pasajes de su historia se encontraban escritos. La
huella del entramado espaciotemporal comenzó a dejar sus rastros desde aquel
instante crucial. Algunas veces lo vio pasar fugaz sin esperarlo, otras, en su
regazo seguía su compás; muchas, se le perdía en las profundidades de lo
anterior. Y cayó en cuenta de la estrecha relación que mantenía con su mundo
interior, con sus pensamientos y emociones, y que cada uno de estos quedaba
registrado en su semblante. La tersa imagen primaria grabada en su memoria fue
transmutando en vertiente extendida sobre su noble faz; mientras, otra imagen
como la suya permanecía inmutable en la lejana profundidad del Universo. Sin
verse, podía seguir el historial de épocas vividas ubicadas en cada una de sus
ramificaciones. Cada rasgo era la pieza precisa del gran rompecabezas que había
armado con su vida, y era asiento de un relato que encajaba perfectamente con
los adyacentes. Cada surco, cada estría, tenía su porqué en aquel rostro
multi-líneas de estructura fractálica y guardaba una estrecha relación
con el entramado epidérmico que se extendía con sobriedad sobre el enjuto
rostro. Se evidenciaba una norma establecida con la edad. Lo sabía, conocía la
historia de cada traza invisible para él, porque eran producto de su propia
configuración. Pocas fueron impuestas, y escasas debido al azar. Previo a cada
experiencia que tendría, sabía la ubicación precisa que tomaría en tan
inusitado código facial. Desde aquel día nunca más se vio el rostro, pero lo
precisaba con tantos detalles en su interior como imagen cuadridimensional,
que trascendía su presencia visual ¿Y por qué lo hizo? Para congelarlo en su
mundo interior y medir cualquier efecto que le sirviera de comparación; con la
pretensión de lograr una dimensión más en lo faltado por vivir y liberarse de
sí mismo a través de la trama temporal.
Entre tanto, su otra imagen, la que dejó escapar hacía más
allá del inmensurable universo, deambulaba con la mínima afectación entre las
redes espacio-temporales que encontraba a su paso. La lozanía que imperaba
imperturbable sobre su cuerpo y faz, y la jovial sonrisa disimulada entre los
destellos titilantes salpicando en su rostro, daba cuenta de las predicciones
de la infalible Teoría.
El cuento que ahora le voy a echar mi querida nietecita Mave, tiene que ver con nuestros inicios. Hace mucho, pero muchisísimo tiempo que eso pasó, no sé hace cuántos segundos, como dice el profesor de su escuela que le contó a vusté la mesma historia con sus ojos de persona leída. Yo le digo que eso sucedió hace muchas lunas, cuando el sol no era sol ni la luna era luna, cuando no había nada, ni siquiera luz, menos nosotros. Ellos me lo contaron toitíco, ¿cómo se enteraron ellos, Los Encantos?, pues por sus Encantos Padres originarios. Esos sí son los que saben la verdad del asunto, de todo lo que vusté ve por allá y por acá, lo que ve en pleno día y lo que alcanza a medio ver de noche. Arrime pa'cá esa banca porque la conversa va ser larga, vaya y busque su ruana y su gorro de lana y me trae una mascada de chimú, y me le dice a su nona que nos prepare unos chocolaticos vaporosos, pa' sobrellevar esa ventisca tan fría que nos mandó la sierra. Pareciera que se enteró, la muy muérgana, que vamos a hablar de ella. Como le venía diciendo en otras conversas, aquella vez que me pirdí, ellos me lo contaron todo...
Fue entonces cuando Ufrasio se enteró de la verdad de Los Encantos -divinidades originarias, dioses de los andes- y la creación del mundo. Qué, en los inicios de los tiempos, ni la nada existía, ni materia ni luz, sólo Zuhé y Chía, los Encantos Padres, en armonía y perfecto equilibrio con lo inexistente. Cansados de tanto vivir en el mismo estado de perfección donde nada sucedía a no ser por la intervención de ellos mismos, decidieron un día crear al Universo. De Zuhé surgió en lo alto, el sol, y más allá, de Chía, emergió la luna; ambos repletos de mucha luz y energía. Tiempo después, la luna y el sol se separaron, y la luna pasó a ocupar el espacio del oscuro firmamento; pero un firmamento así carecía de magia, con sólo dos cuerpos aislados flotando y vagando en sus profundidades. En consecuencia, el dúo de dioses decidió hacerse de la compañía de otros cuerpos, y con sus creativos pensamientos le dieron vida a las estrellas y a muchos otros cuerpos celestes más. Todo era muy tranquilo, nada sucedía, nada se movía en la armonía universal ya existente, nada, absolutamente nada, cada objeto ocupaba el lugar donde apareció sin posibilidad de moverse, nada le ocurría, existía una absoluta tranquilidad en todo lugar donde permanecía una estrella titilante. Un universo así requería de dinamismo, por lo que Zuhé y Chía decidieron crear algo que les impregnara movilidad, algo que permitiera la interacción entre los cuerpos existentes, que les facilitara el intercambio de información sin necesidad de contacto directo. Algo que les posibilitara el acercamiento y el alejamiento para juguetear entre ellos, para, reunidos, formar sistemas más complejos. Fue cuando Chía dijo: “hágase la gravedad con el don de la atracción”. Zuhé, con su energía, les otorgó concreción a sus pensamientos, y las estrellas del cielo se aglomeraron y formaron constelaciones con diversos dibujos. Algunos de tales modelos estelares, con formas de montañas y picos, los replicó por estos lugares, y fue cuando aparecieron las dos sierras ondulantes que observamos a lo largo de la cordillera andina.
Al fin, el olor a mar de suave brisa liberada de
sus entrañas lejanas hace presencia en mi ser. Columnas fugaces de palmeras
compiten entre sí en el fondo del oleaje reventado en infinitas perlas blancas
y cristalinas, suspendidas por segundos extendidos sobre el rojizo redondel que
emana de la tarde, que lentamente se disipa. El jugueteo de las palmeras agota
su introito en la escena playera indicando que nos enrumbamos a nuestro destino
final. La tarde está fresca, quizás un poco más que de costumbre a pesar del
agotamiento del largo viaje desde tierras tan lejanas; pudo ser también la
suave sensación de la montaña que dejamos, que aún hace presencia en mis
sentidos para mantener el equilibrio orgánico. Tarde dócil y fresca, que incita
a libar las primeras espumosas en la taguara de costumbre a orilla de la vía;
previamente, nos metimos dos lamparazos del mejor miche andino que nunca
antes había saboreado, para entonar el cuerpo y aclarar la garganta, aunque el
canto no lo he practicado ni me llame la atención; pero la larga conversa que
nos esperaba esa noche, sí merecía unas cuerdas vocales bien preparadas.
El tubo reemplazó mis columpios de Mene Grande. Aprendí a caminar
descalzo en su lomo para minimizar las caídas; me di cuenta de la necesidad de
levantar ambos brazos en cruz para lograr y conservar el equilibrio. Elogiaba
con asombro las peripecias de mi amigo Guillermo “Pajarito” Morales, experto en
encaramarse de un salto, para caminar y correr por el tubo como el mejor
malabarista de circo. Fue necesario la práctica mesurada en su parte baja para
adquirir cierta destreza y la confianza necesaria para aventurarme luego en
alcanzar y traspasar el sector más profundo del cenagal, hasta llegar cerca de
la fábrica láctea Indulac. En esa época eran contados los bombillos que
iluminaban la calle. El Señor Guillo, vecino del frente, nos surtía de
electricidad en calidad de alquiler para iluminar el interior del rancho con un
solo bombillo, con la condición de apagarlo temprano; además, el presupuesto de
papá no daba para pagar otros más. El resto de vecinos hacía lo mismo. En
consecuencia, la calle El Tubo muy temprano quedaba en tinieblas y me servía
para el deleite del cielo nocturno del pueblo; me acostaba boca arriba sobre el
tubo y así permanecía largos ratos contemplando las incrustaciones titilantes de
la oscura bóveda de allá arriba, mientras las contrastaba con la infinitud de lucecitas
intermitentes en el fondo del montarascal. Quizás esto definió en parte mi
profesión futura.
Cada vez que, desde
los puentes de Santa Bárbara atisbo al Escalante, mi memoria se embelesa en los
recuerdos. La inmediatez de sus orillas con mi rancho me estampó su encanto al
compás del diario cruce rumbo a las aulas del liceo. Y vienen por mí sus ocres aguas
horizontales, tranquilas y silentes en reclamo del chapuzón y el “clavao” desde la orilla de la mata de lara
de la Glorieta, que ofertaba su ramaje, tal cuerda o trampolín, para las
peripecias infantiles. Cada muchacho de entonces tenía su orilla preferida en
la franja beige del río, para contemplar la estela triangular ondulante formada
en su lecho y la llegada de sus vaivenes a la rivera, cada vez que lo transitaban
las canoas lecheras rumbo a la Indulac. Cada quién tenía su sitio de
lanzamiento durante la aventura de alcanzar la orilla opuesta y retornar a nado
sincronizado con la última bocanada de aire. Otras veces, se usaba como estación de lanzamiento
del anzuelo repleto de nata desechada de la fábrica láctea en búsqueda del bagre,
el pámpano o el paletón de la cena. Muchos barcos de papel sucumbieron en sus
aguas al tratar de cruzar su cauce; desconozco cuántos volantines
hundieron sus recados antes de alcanzar la orilla de San Carlos, no contabilicé
tras cuántos rebotes las lajas danzarinas se sumergían en sus aguas. Sí
contemplé, cómo muchos discos metálicos de los potes de leche de la Indulac,
cual platillos volantes, lograban franquear su anchura y alcanzar la orilla
opuesta. También presencié, cómo Pajarito traspasaba sus barreras a nado
limpio sin cansarse.
¡Qué felicidad tener un compa, como mi Compadre! La vida de cualquier persona cambiaría, como pasó con la mía. La mía se transforma; sin mi compa, no sé, hacia qué punto cardinal la hubiera enrumbado la fuerza del destino; pero llega mi Compadre, cargado de vivencias centrales y llaneras, y se despeja el camino. Con mi compa aparecen los primeros intercambios de inquietudes, contrastación de primeros saberes científicos e impostergables invitaciones para resolver las aparentes incongruencias encontradas en los textos bajo la lámpara de estudio nocturna del momento; o frente al velador del bar de prado verde montaña arriba, bajo mi iniciática fría espumante, servida en espacios claroscuros imbuidos en niebla de cigarro, entremezclada con vaho ardiente de licor de mesas aledañas, y el estruendoso cierre intempestivo de dominó de acción inesperada, donde casi siempre, él tenía las de ganar.
La regularidad del tictac que escuchó con claridad y persistencia llamó su atención. Lo llevó directo al viejo baúl que se guardaba con esmero debajo de la cama. Desconocía su interior y nunca se había atrevido a preguntar. Nadie de la casa mencionaba su existencia. Se hizo de maña y encontró la llave marcada con la herrumbre de tres generaciones que la habían sostenido alguna vez. Con sumo cuidado apartó la foto sepia de sus antepasados que lo estaba tapando, y tomó entre sus manos aquel redondel de opaco brillo metálico que supuso era la causa de la osadía emprendida. La sensación de frio que sintió entre sus manos lo conectó con los cuentos de su abuela y pensó dejarlo de una vez en el lugar de resguardo. Sin embargo, con esmero lo colocó sobre la vieja peinadora de cedro frente al espejo, que a pesar de lo transcurrido aún se atrevía a formar imágenes de objetos que le ponían al frente. ¡Mayúscula sorpresa!, los números se mostraban al revés. Tal visión, más los relatos escuchados sobre aquella habitación, le crisparon los pelos y decidió devolver el dispositivo a su lugar de origen. Lo hizo, y colocó la llave en la misma orientación que la encontró.
En la ventana, la brisa bamboleaba la cinta verde
lanceolada de la mata de coco que desenrollé del bolsillo para tal fin. Con eso
me divertía un poco durante el corto viaje del Cuarenticinco al Moralito.
Varía veces habíamos hecho el recorrido, sentados del mismo lado del autobús. También
me entretenía con las ráfagas de arbustos y árboles cercanos que se perdían de
mi vista en un relampaguear; con el movimiento acompasado de los más distantes,
o con aquellos perezosos atados al lejano horizonte azulado. Me embelesaban las
formas geométricas de sus copas, unas redonditas como las naranjas de mi patio,
otras cónicas como el cucurucho de bijao que algunas veces me elaboraba
para sentirme de mayor estatura. Me gustaban las jugadas al escondite que
constantemente hacían a medida que el autobús avanzaba por la vía. Con el
vaivén de mi manita los saludaba desde el inicio de mi viaje; parecía que los
conocía desde siempre. Al verme, el alborozo se formaba; los cercanos
enloquecían con el movimiento estrepitoso de sus ramajes y los aplausos escapados
del golpeteo de las hojas; los distantes me seguían con las tenues
Es una bendición al alma tener un amigo poeta. Se despiertan y agudizan los sentidos con sus sinceros entusiasmos por el mundo. A mi pana poeta, nada le es ajeno y todo el universo circundante le impresiona, le motiva y le conmueve; vive de asombro en asombro, de búsqueda en búsqueda, de indagación en indagación. Contemplación y éxtasis pernoctan en mi amigo poeta. No se amilana por las pequeñeces de la vida, donde siempre ve aprendizajes. Se aprende a valorar y adorar la belleza y a sentir el placer que transmite, con un amigo poeta al lado de la existencia; quién comparte con emoción sus inquietudes y las plasma con sencillez y profundidad. Mi amigo poeta incursiona en lo natural y reivindica sus bondades;
El viento acariciaba los cacheticos de Aya
al vaivén del bamboleo del tren que la llevaría al Veintidos. Jugueteaba
feliz con las ráfagas intermitentes que alborotaban las crinejas de Peti,
su muñeca de trapo carisucia que había logrado llevar consigo a escondida
de Mamá. De tanto sentir los batidos sobre su cinturita se recostó en tan
cariñosos brazos maternos.De pronto, sintió que pegó un salto a través de la
ventana y desde un lado de la vía, veía la traza de humo gris ascendente que se
diluía con aquel tren de la mañana, traqueteando y esfumándose sobre los
rieles, mientras penetraba en el verdoso manto vegetal de la sabana. Ni una
pizca de temor sintió sobre su cuerpo. Cuando apretó contra sí los brazos
entrecruzados, notó la ausencia de Peti y la preocupación la puso en
sobresalto. Miró a hacia atrás y la visualizó haciendo maromas sobre uno de los
rieles, invitándola a seguir. Corrió tras ella saltando entre los durmientes
para atraparla, hasta que de repente la detuvo el destello multicolor que la
empapaba desde un lado del camino. El resplandor zigzagueante desparramado en
todas las direcciones la embelesó tanto, que se sumergió entre sus tonalidades
para alcanzar la fuente de su origen. Un manto tornasol caía a pocas varas
de la vía férrea. Su agua de luz en ráfagas intermitentes la bañó por completo
y observó con asombro que Peti tomaba su colorido. Cuando trató de
asirla entre sus brazos, se percató que sus propios deditos destellaban los
mismos pigmentos que volaba por los aires. Contempló su reflejo en el fondo del
cuenco de la pequeña laguna que recogía los colores de la cascada, y notó
también en sus cabellos las mismas tonalidades; tenían tintes iridiscentes en
franjas verticales como las que caían del cielo.
Hace años existió un
pequeño y próspero caserío de casas de bahareque, horcones, techo metálico y
palma real en la vía férrea surlaguense, con una docena de negocios de diverso
uso comercial de la época. Fundado, como otros más, para estación de embarque y
desembarque en el largo camino construido sobre la verde sabana tendida desde
el pie de monte andino hasta las riveras del inmenso y caudaloso río. Esa fue
la primera marca profunda que quedó grabada para siempre sobre el semblante de
la sabana; donde tendieron una larga, muy larga y sinuosa escalera acostada
sobre el paisaje tupido de arbustos y árboles tan altos, que la vista se
quedaba corta para descubrir las últimas ramas de las copas.
Levitando sobre la prolongada y angosta vía
férrea que sigue los claros del montarascal, aún ondula una larga oruga
quebrada en porciones exactas, con bamboleos lentos y armoniosos sincronizados
con el avance. En cada estación exhala su vaporoso gemido y se dispone a
reposar mientras espera el aborde del gentío presuroso que la aguarda. Cumplido
el encargo, parte glamurosa al encuentro de la próxima estación, y así, entre
paradas y arranques, bañada de vapor y tizne del fogón y la caldera, llega a su
estación matriz a orilla del río que sin prisa la espera, para dar pie a la
descarga y a la carga.